Lily lejana (Parte II)

Me encaminé al saloncito burdeos que había a la derecha de la entrada de la casa. A esas horas de la mañana no había nadie revoloteando, con lo que pude escoger asiento.

El sofá burdeos a espaldas del mundo me estaba esperando como cada mañana a las cinco y media.

El silencio de los dormidos era el mejor sonido posible a esas horas pues, en menos de una hora, aquel silencio se sacudiría y empezaría el tintineo de cucharillas de té, humo de puros, pisadas despistadas y ‘Buenos días’ nada bienvenidos.

Cornelia era la más madrugadora. Ella sola se encargaba del desayuno de los ocho huéspedes que tenía acogidos en ese momento. Té o café, leche caliente y tostadas con mantequilla y mermelada de naranja traída de la granja de su hermano Alfredo. Deliciosa, he de decir.

Antes de disponerme a leer el periódico saboreaba ese rico aroma a té y café caliente mezclado con tostadas y el silencio. No había instante más placentero del día para mí que ese instante, minutos antes de disgustarme de lo que seguro me iba a encontrar en el periódico.

Así pues, tras paladear aquel instante, abrí el periódico casi sin mirar la página por la que lo abría y, ¡ahí estaba!, como un puñal grabado en mi corazón. Lily volvía a aparecer en mi vida y de la manera más violenta: justo en las páginas de Sociedad, la noticia recitaba así: «Lily A. prometida a Sebastian F., magnate hotelero, hijo de Francis F».

Mi corazón explotó de dolor. Sentí relampaguear mis sentimientos. Mis manos temblaban y el frío volvía a recorrer mi cuerpo. El dolor incontrolable se hacía más profundo e intenso según se movía el segundero del reloj. Paralizado, no pude articular palabra cuando Cornelia se acercó con la bandeja del desayuno.

Debía tener la tez tan pálida y los ojos queriendo escapar de sus cuencas que la pobre y dulce Cornelia se asustó al verme y casi tira la bandeja del que sabía sería el más amargo de los desayunos.

La arrojó sobre la mesa apuradamente y se acercó a mí con dulzura, mientras yo sentía que el mundo enmudecía a mi alrededor. Veía el revuelo en torno a mí, pero todo iba despacio. Mis sentidos dejaban de sentir.

Una música angelical sonaba, lejana a mí… «Ave María…» ¿estaba dentro de mi cabeza?. Finalmente, y sin darme cuenta, me desplomé sobre el propio sofá. Erguido y petrificado, sintiendo que la vida se desprendía de mí.

Mis ojos estaban próximos a cerrarse ante la falta de oxígeno. Mi corazón, dolido y ardiendo, quería abandonarme igual que Lily hizo una vez, sin decirme adiós.

Desplomado en el suelo gracias a Cornelia y a los huéspedes que habían bajado al saloncito, esperaban a que el doctor viniese a salvarme sin querer ser salvado.

Un sonido sordo me envolvía, notaba el calor humano de quien me quería resucitar, sin yo buscar tal cosa. Prefería abandonar este mundo lleno de dolor y amargura sin esperanza para mi corazón dolido, a quedarme y descubrir que la había perdido para siempre, a quien una vez consideré mi gran amor…

«Lily», musité como si confesase mi último pecado.

Y el silencio y la oscuridad pesaron sobre mí.

Por Lady Magnolia.

Lily lejana (parte I)

El periódico de la mañana llegó. Al recogerlo estaba húmedo al tacto. Quizá ha llovido, pensé. Pero el camino se veía seco, como si nada hubiera pasado.

Al inclinarme a recogerlo, levanté la vista porque sentía que alguien me observaba, pero el único intruso que ahí había era un perro, un bobtail. Me lo había encontrado alguna vez por el pueblo, pero siempre estaba solo. Lo curioso de su soledad es que era un perro ovejero. Tal vez se estaba dando un descanso de su trabajo ordinario. Sin embargo, parecía atento a mis movimientos.

Impasible. Plantado ahí de pie, lo miré como si nunca antes hubiera visto un perro, me quedé ensimismado y me perdí entre la neblina de mi mente que se aproximaba veloz hacia mí.

En mi ensimismamiento la vi a ella, correteando con su pequeño perro en el campo que había detrás de su casa. Feliz y risueña, como si el miedo y las esperanzas no pudieran alcanzarla jamás.

Yo permanecía de pie, al lado de esa silla blanca que permanecía perenne al lado del invernadero lleno de flores raras y orquídeas, dando pequeños sorbos del brebaje fresco y ácido del verano, sintiendo el agrio porvenir hiriendo mi voz para frenar lo que venía; un futuro oscuro y soberano.

La distancia se aproximaba hacia nosotros como la nieve en una avalancha, sin retorno ni escapatoria. Sin posibilidad de frenarla, solo de alejarnos hasta perdernos, como si un alud nos tragara la vida.

El cuello de la camisa me apretaba demasiado y, pese al calor del estío, el frío recorrió mi cuerpo una vez más.

Contemplarla jugando con su diminuto perro, ignorando nuestra separación inminente debía ser mi mayor recuerdo para el olvido…

Volví en mí, dando un respingo para despertar de aquella breve ensoñación que parecía una vívida pesadilla. El bobtail ya no se encontraba en el último lugar en el que lo vi, en la esquina del cruce.

Me puse en pie y, sin abrir el periódico, dirigí mis pisadas hacia la casa de huéspedes en la que ahora vivía. Con mi periódico bajo el brazo y el frío inundando mi piel, me adentré en la casa y cerré la puerta tras de mí, para no volver a aquella pesadilla viviente.

Por Lady Magnolia.

Ambrose y Alma

Esta vez viajábamos lejos, más allá de las cordilleras oscuras que nos rodeaban. El frío nos acompañaba por los caminos y montañas que cruzábamos sin cesar en su afán de enfriar nuestros cuerpos.

Yo, agotada, intentaba soñar con el lugar al que llegaríamos en pocos días. ¿Me seguiría esperando?, me preguntaba a mí misma al cerrar los párpados mientras intentaba dormitar durante el trayecto. No estaba segura y tampoco tenía idea de cómo averiguarlo. Tal vez él ya no aguardaba mi llegada; quizá no recibió mi última misiva comunicándole mi inmediata presencia.

El bosque era su refugio lleno de árboles frondosos y animales que, con timidez, se le acercaban mientras paseaba relajadamente junto a la orilla del riachuelo cristalino.

Disfrutaba de los sonidos celestiales que la naturaleza le desprendía. Eso siempre le hacía sentirse en paz, lejos del pandemonio de su hogar, ausente de su ruidosa mente.

Cada año, al menos una vez, me invitaba a disfrutar de unos días de su cálida y cercana existencia y del lugar que más amaba: su refugio, el bosque al que él llamaba Alma.

Ambrose era un buen hombre, tranquilo y sencillo, pero de mente inquieta. En su hogar no se sentía a gusto. Sabía que allí no encontraría lo que buscaba, que sus momentos de paz no le abrazarían si estaba rodeado de personas que no le querían bien.

Ambos disfrutábamos de los escondites que su Alma nos brindaba. El riachuelo rodeado de árboles que por su timidez no rozaban las hojas de las copas de sus vecinos, nos vislumbraban un sereno claroscuro que reposaba sobre nuestras mentes.

Mi llegada, aunque algo tardía, supuso la alegría en su mirada. Me bajé del carruaje y, con paso apurado, pero sin correr, le abracé como quien abraza a su ser más amado.

-Oh, amigo. Al fin en tus brazos. – musité suavemente mientras me recogía en un cálido abrazo.

Y así, con calma, pero con gozo, profundizamos en su penumbrosa Alma. Su silencio jamás me inquietaba pues no hay nada más íntimo que compartir momentos de silencio pactados.

 

Por Lady Magnolia.

Aquí, lady Magnolia

Nunca se me han dado bien las presentaciones; así que, me parece un poco ridículo decir quién soy.

No me gusta decir mi nombre frente a otros ni mi procedencia pues, no siento proceder de ningún otro lugar excepto del mundo que me rodea.

La ciudad que habito, me abraza en los peores días de mi existencia, al igual que me rechaza cuando huyo de ella, porque no la siento propia.

Escribo por necesidad, porque siento que escribiendo soy alguien y que mi voz resuena en mentes ajenas.

Las palabras fluyen de mis dedos como si mi lengua expulsase tales sentimientos, tales imágenes.

Este será el lugar que me verá crecer, que verá mis palabras alargarse y ensancharse con el transcurso del río del tiempo.

Espero y deseo que quienes decidan entrar en este rincón donde expongo algunos de los escondites de mi mente y, cómo no, mi realidad, disfruten con todo aquello que les cuento.

Solo soy una mujer que desea ser leída, aunque no vista ni escuchada por la muchedumbre. Solo soy yo, la dama de las colinas del norte con nombre floral que nada tiene que ver con la realidad.

 

Atentamente,

Lady Magnolia.