Me encaminé al saloncito burdeos que había a la derecha de la entrada de la casa. A esas horas de la mañana no había nadie revoloteando, con lo que pude escoger asiento.
El sofá burdeos a espaldas del mundo me estaba esperando como cada mañana a las cinco y media.
El silencio de los dormidos era el mejor sonido posible a esas horas pues, en menos de una hora, aquel silencio se sacudiría y empezaría el tintineo de cucharillas de té, humo de puros, pisadas despistadas y ‘Buenos días’ nada bienvenidos.
Cornelia era la más madrugadora. Ella sola se encargaba del desayuno de los ocho huéspedes que tenía acogidos en ese momento. Té o café, leche caliente y tostadas con mantequilla y mermelada de naranja traída de la granja de su hermano Alfredo. Deliciosa, he de decir.
Antes de disponerme a leer el periódico saboreaba ese rico aroma a té y café caliente mezclado con tostadas y el silencio. No había instante más placentero del día para mí que ese instante, minutos antes de disgustarme de lo que seguro me iba a encontrar en el periódico.
Así pues, tras paladear aquel instante, abrí el periódico casi sin mirar la página por la que lo abría y, ¡ahí estaba!, como un puñal grabado en mi corazón. Lily volvía a aparecer en mi vida y de la manera más violenta: justo en las páginas de Sociedad, la noticia recitaba así: «Lily A. prometida a Sebastian F., magnate hotelero, hijo de Francis F».
Mi corazón explotó de dolor. Sentí relampaguear mis sentimientos. Mis manos temblaban y el frío volvía a recorrer mi cuerpo. El dolor incontrolable se hacía más profundo e intenso según se movía el segundero del reloj. Paralizado, no pude articular palabra cuando Cornelia se acercó con la bandeja del desayuno.
Debía tener la tez tan pálida y los ojos queriendo escapar de sus cuencas que la pobre y dulce Cornelia se asustó al verme y casi tira la bandeja del que sabía sería el más amargo de los desayunos.
La arrojó sobre la mesa apuradamente y se acercó a mí con dulzura, mientras yo sentía que el mundo enmudecía a mi alrededor. Veía el revuelo en torno a mí, pero todo iba despacio. Mis sentidos dejaban de sentir.
Una música angelical sonaba, lejana a mí… «Ave María…» ¿estaba dentro de mi cabeza?. Finalmente, y sin darme cuenta, me desplomé sobre el propio sofá. Erguido y petrificado, sintiendo que la vida se desprendía de mí.
Mis ojos estaban próximos a cerrarse ante la falta de oxígeno. Mi corazón, dolido y ardiendo, quería abandonarme igual que Lily hizo una vez, sin decirme adiós.
Desplomado en el suelo gracias a Cornelia y a los huéspedes que habían bajado al saloncito, esperaban a que el doctor viniese a salvarme sin querer ser salvado.
Un sonido sordo me envolvía, notaba el calor humano de quien me quería resucitar, sin yo buscar tal cosa. Prefería abandonar este mundo lleno de dolor y amargura sin esperanza para mi corazón dolido, a quedarme y descubrir que la había perdido para siempre, a quien una vez consideré mi gran amor…
«Lily», musité como si confesase mi último pecado.
Y el silencio y la oscuridad pesaron sobre mí.
Por Lady Magnolia.