Lily lejana (parte I)

El periódico de la mañana llegó. Al recogerlo estaba húmedo al tacto. Quizá ha llovido, pensé. Pero el camino se veía seco, como si nada hubiera pasado.

Al inclinarme a recogerlo, levanté la vista porque sentía que alguien me observaba, pero el único intruso que ahí había era un perro, un bobtail. Me lo había encontrado alguna vez por el pueblo, pero siempre estaba solo. Lo curioso de su soledad es que era un perro ovejero. Tal vez se estaba dando un descanso de su trabajo ordinario. Sin embargo, parecía atento a mis movimientos.

Impasible. Plantado ahí de pie, lo miré como si nunca antes hubiera visto un perro, me quedé ensimismado y me perdí entre la neblina de mi mente que se aproximaba veloz hacia mí.

En mi ensimismamiento la vi a ella, correteando con su pequeño perro en el campo que había detrás de su casa. Feliz y risueña, como si el miedo y las esperanzas no pudieran alcanzarla jamás.

Yo permanecía de pie, al lado de esa silla blanca que permanecía perenne al lado del invernadero lleno de flores raras y orquídeas, dando pequeños sorbos del brebaje fresco y ácido del verano, sintiendo el agrio porvenir hiriendo mi voz para frenar lo que venía; un futuro oscuro y soberano.

La distancia se aproximaba hacia nosotros como la nieve en una avalancha, sin retorno ni escapatoria. Sin posibilidad de frenarla, solo de alejarnos hasta perdernos, como si un alud nos tragara la vida.

El cuello de la camisa me apretaba demasiado y, pese al calor del estío, el frío recorrió mi cuerpo una vez más.

Contemplarla jugando con su diminuto perro, ignorando nuestra separación inminente debía ser mi mayor recuerdo para el olvido…

Volví en mí, dando un respingo para despertar de aquella breve ensoñación que parecía una vívida pesadilla. El bobtail ya no se encontraba en el último lugar en el que lo vi, en la esquina del cruce.

Me puse en pie y, sin abrir el periódico, dirigí mis pisadas hacia la casa de huéspedes en la que ahora vivía. Con mi periódico bajo el brazo y el frío inundando mi piel, me adentré en la casa y cerré la puerta tras de mí, para no volver a aquella pesadilla viviente.

Por Lady Magnolia.